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  •   Enero 24 de 2018
  •   Emmanuel Sicre, S.J. - @

¿Cómo empezar a percibir a Dios, (el de Jesús)?

Emmanuel Sicre, S.J. reflexiona en torno a la pregunta cómo es percibir a Dios, dar con su presencia entre nosotros, experimentarlo de algún modo, acercarnos a su misterio. Y explica que en esto, a menudo, nos ha ayudado la naturaleza que, “desde su inmensidad deslumbrante o su caprichosa hermosura, nos ubica en la actitud justa para percibirnos a nosotros mismos delante de lo que nos es imposible: la pequeñez.”

Para creyentes y no tanto la pregunta por Dios resulta persistente. A veces inquieta, a veces apacigua, a veces roza con suavidad los bordes de la vida, a veces cala hondo en el sentido de la existencia humana. Lo cierto es que viene siempre a visitarnos e invitarnos a algo.

Las respuestas son múltiples y, dependiendo del momento en que nos agarre, podemos acogerla, evadirla, negarla, patearla para más adelante, enojarnos, sincerarnos, distraernos, actualizarnos... En fin, el tema es que volverá y tendremos que ver qué hacer con ella.

Todo esto nos lleva, entonces, a preguntarnos cómo es percibir a Dios, dar con su presencia entre nosotros, experimentarlo de algún modo, acercarnos a su misterio. En esto, a menudo, nos ha ayudado la naturaleza que, desde su inmensidad deslumbrante o su caprichosa hermosura, nos ubica en la actitud justa para percibirnos a nosotros mismos delante de lo que nos es imposible: la pequeñez.

Así, cuando el ser humano se toma un momento y reflexiona, medita, ora sobre lo que hace o lo que vive, puede comprender que allí se combinan varios elementos fundamentales: su ser en construcción; su estar en un contexto determinado histórica y geográficamente; y los demás seres con los que convive en una sociedad, en un grupo humano, en su familia. Pero, cuando, consciente de todo ello, encuentra, además, que hay una especie de ´plus´ en su actuar en el mundo que va a más allá de su deseo, comienza a entrever que no todo lo que hace es fruto de su capacidad como sujeto de acción, incluso colectivamente. Se trata de aquello que sucede “de más”.

Surge, entonces, una pregunta más honda acerca de cómo dicha acción que obramos puede transformar la realidad de los demás hombres en favor de ellos, dotándolos de un sentido aún mayor del que preveíamos. ¿Qué es ese plus de sentido, de vida que percibimos como un caer en la cuenta de que hay algo más allá de nosotros mismos? ¿Cómo es que la manifestación de este ´plus´ se hace tan clara a los sentidos compartidos no sólo por uno mismo? ¿Qué sostiene nuestro compromiso por continuar haciendo aquello que nos llena de un sentido no provocado, sino donado, regalado gratuitamente? En efecto, nos estamos preguntando por el bien inmerecido, desproporcionado, que recibimos de lo que vivimos con pasión.

En efecto, cuando el hombre ha caído en la cuenta de que se le da algo mucho más grande de lo que él dio con su accionar, y reconoce que nunca podría pagarlo o devolverlo por sus propios medios; y que, asimismo, desea con todo su ser seguir acrecentado esta experiencia que lo plenifica y lo abre a los demás con su trabajo; se transforma y se encuentra con la revelación gratuita, personal, impredecible, inaplazable, e inolvidable del Dios de Jesús.